Esta historia empieza con el intenso azul en el que se torna el negro profundo de la noche cuando acaba. Ese tono puro que tiene el cielo en el instante antes de que se dejen ver los primeros destellos dorados del amanecer.
Esos destellos que, una vez son liberados de la prisión a la que los somete el horizonte, avanzan a una velocidad vertiginosa, inundando y atravesando todo lo que se encuentre a su paso, montañas, ríos, valles, ciudades...
Ciudades como Roma, en la que las farolas comenzaban a apagarse mientras los primeros rayos de sol pegaban contra las paredes de la cittá eterna, rebotando y llenándolo todo de vida, despertando a todo el que aún no lo estaba, indicando a gritos silenciosos que un nuevo día ha llegado.
Uno de esos millares de destellos, ya cambiando de anaranjado a amarillento, entraba sin resistencia por uno de los vidrios de la ventana de Nica.
Ese destello, que viajaba veloz, feroz y derribando cualquier obstáculo a su camino durante millones de kilómetros, que no se había detenido por nada ni por nadie, esa brutal fuerza, se detenía casi por completo una fracción de milímetro antes de llegar a la espalda desnuda de Nica. La velocidad arroyadora dejaba paso a una lentitud suave, a una leve caricia que se esparcía con total suavidad por la morena piel de la joven.
Con la misma suavidad que la luz bañaba su habitación, Nica abrió los ojos, unos profundos ojos marrones que habían causado la perdición a más de un enamoradizo.
Miró a su lado y contempló en el otro extremo de la cama el cuerpo de un hombre, que aún dormía. La enésima víctima de la abrumadora personalidad y belleza física de Nica. Era capaz de postrar ante sí al hombre más duro, ella lo sabía y, para que negarlo, le encantaba.
Se incorporó en la cama. Su larga y sedosa melena negra parecía indespeinable: a cualquier movimiento, el pelo respondía como un líquido que se ajusta a su recipiente, volviendo a su forma natural, perfectamente dispuesto.
Se frotó los ojos. La luz no era molestia a esas horas de la mañana, pero tenía por costumbre frotarse los ojos antes de empezar el día, así, según pensaba ella, tomaba fuerzas, reflexionaba sobre la noche anterior, ponía en orden sus pensamientos, separaba lo que había soñado con lo que había pasado realmente y, al abrir los ojos, ya estaba lista para afrontar lo que fuera.
Volvió a mirar a su lado. Allí seguía aquel hombre. A decir verdad, no sabía su nombre, no sabía muy bien a qué se dedicaba ni de donde era. No era italiano, habían pasado la noche hablando en un inglés muy mal acentuado, pero no sabía mucho más. Ni lo quería saber.
Se levantó y se dirigió al espejo. Más que andar, se deslizaba, con una postura que imponía respeto y le daba un aire de importancia que le encantaba. Se miró al espejo. Recorrió su morenísimo cuerpo con la vista y se miró a los ojos.
- Esto es lo que les gusta. -pensó- No se molestan en ver que hay detrás, no se plantean por qué se los pongo tan fácil. Ni se dan cuenta de que se lo pongo fácil. Ven a una chica guapa y aparentemente difícil y sacan su orgullo de macho a pasear. Me cortejan como si fueran una manda de ciervos graznando a sus hembras. Creen que lo consiguen. Se gustan a sí mismos mientras piensan que me están ligando, que soy un mero premio que se están ganando con sus actitudes animales, con sus bailes grotescos y sus comentarios...Para que hablar de sus comentarios ¿da resultado de verdad con alguien?. Cuando ya me he divertido lo suficiente riéndome por dentro de sus actitudes de cortejo, solo entonces, les invito a pasar la noche, y empieza otro chiste.
Me hacen el amor pretendiendo hacerme pasar la mejor noche de mi vida y no saben que soy yo la que les está haciendo pasar la mejor noche de sus vidas a ellos. Se creen que ninguno de los numerosos hombres, que me atribuyen haber tenido, me ha hecho pasar una velada igual. Su pasión forzada y sobreactuada es casi la parte más graciosa del juego.
Bueno, realmente la parte más graciosa del juego es que después de haberme divertido tanto estudiando su comportamiento, al final me llevo mi dósis de placer físico. A nadie amarga un dulce.
Ahora él se despertará, dos veces, una del mundo de los sueños, y la otra, del sueño de que me conquistó, de la idea de que fuí suya. Se dará cuenta de que no era el titiritero, sino el títere y eso dañará su orgullo de la misma manera que, probablemente, él dañó el de alguna otra mujer.
Echó la vista atrás, miró a aquel hombre un segundo y volvió a mirarse a sí misma ante el espejo. Sacó una media sonrisa con cierto aire erótico y cierto aire malvado y dijo en un susurro:
- Ironías de la vida.