domingo, 5 de mayo de 2013

No venden helados en la cima del mundo

Estoy sentado en mi enorme escritorio de caoba, de espaldas a una enorme cristalera tras la que se alza Nueva York, en mi despacho, en lo más alto de la ciudad. Supongo que es a esto a lo que llaman estar en la cima del mundo. No ha sido fácil llegar aquí arriba, pero el hecho es que aquí estoy, con más poder y prestigio del que jamás habría imaginado.

Estaba escribiendo el informe del mes de Abril. Entre números, estadísticas y nombres he dejado volar un poco mi cabeza y sin darme cuenta he acabado escribiéndote este email.

Hace años que no sabemos nada el uno del otro y probablemente me creas en una nube de triunfalismo cuando me ves en la portada de algún periódico. Seguramente no crees que me acuerde de ti, o a lo mejor eres tú la que no lo hace, no me las quiero dar de nada. El caso es que a veces cierro los ojos y pienso en ti.

Igual piensas que no es más que un acto de dramatismo, o que quería escribir poesía y no sabía que historia contar. No estoy de broma ni pretendo nada con esto, ni tan siquiera sé si le voy a dar a enviar.

Tengo clavada en la mente la imagen de la carne de gallina que asomaba en tus pechos cuando te acariciaba la pierna. Clavada, porque huí de aquello, porque me fui en busca del éxito y te dejé desnuda sin darte tiempo a decirme "quédate". En realidad, si aún piensas en mí, es muy probable (y respetable) que me odies.

Nunca lo he dicho en voz alta, ni a nadie, supongo que por miedo a reconocer así mi error o a que alguien me dijera "la cagaste", aunque aquí nadie me habla con la claridad y sinceridad con que lo hacíais vosotros, inconvenientes del poder, nunca lo he dicho en voz alta, decía, pero te echo de menos.

No voy a ser falso, ni hipócrita, ni una especie de personaje de cuento infantil con moraleja de que más vale amor que dinero, pero cometí un gran error el día que cerré aquella puerta tras de mí. Al principio fui feliz, no te eché de menos ni me costó irme, te soy sincero, ahora aquellos sentimientos me producen vergüenza propia.

No pretendo tu perdón, ni que corras a mis brazos. Soy consciente de que no te perdí, te eché de mi vida de una patada. Tampoco quiero que me creas, pero lo cierto es que cambiaría todo lo que tengo por volver a estar tumbado al sol una mañana entera junto a ti. Al final, solo soy un pobre idiota que confundió radicalmente el significado de la palabra "éxito".

No respondas si no quieres.