domingo, 17 de marzo de 2013

Otra estúpida mañana de autobús

No puedo con este sitio. Cada mañana cuando salgo a la calle es como si perdiera una batalla en la guerra más sanguinaria de todos los tiempos. Llega el autobús, que marca en la marquesina destino: calvario.Subo. Pago. Guardo la cartera y saco la desidia, y con ella me siento en el único asiento que queda vacío.

Así una y otra vez, hasta que la fuerza de la costumbre hace la resignación. Así hasta que, una mañana, se subió ella en la siguiente parada a la mía. Pasó por mi lado y por un instante hizo que mi mirada perdida se encontrara en su cara.

Cuando me quise dar cuenta ya se había perdido entre la multitud aplastada, que se toca pero no se mira, del fondo del autobús.

A la mañana siguiente volvió a subir. De nuevo en la parada siguiente a la mía. Iba seria, probablemente enfadada con su despertador, y acarreaba sus libros como el preso que lleva una bola de acero encadenada al pie. De nuevo pasó por mi lado como un fantasma y se volvió a perder.

Un día tras otro, siempre en la misma parada, allí estaba ella, subiendo en mi mismo autobús. Ignorando que yo existía.

Pasaron meses, y ya me sentaba buscando dejar un hueco libre. Que el destino y la gente te obligaran a sentarte a mi lado y, tal vez, a decirme hola. Ya no eras ella, eras tú.

Todas las mañanas al llegar a tu parada miraba nervioso la puerta y esperaba a que te subieras. Los días que no lo hacías volvía a verme en aquel autobús destino calvario, lleno de resignación en movimiento.

Ya te imaginaba acercándote a mí, diciéndome que me veías todas las mañanas, que te fijabas en mí como yo lo hacía en ti, pero que nunca te habías atrevido a decirme nada, porque, al final, nadie se saluda en el autobús destino calvario. Soñaba con tu presencia, con tu voz, me gustaba imaginarme tu vida, tu edad, tu nombre. Desvelar el misterio enorme de quién eras, y de cómo me liberabas de mi pesadumbre aunque solo fuera el tiempo en que tardabas en volverte a bajar, mucho antes que yo, de aquel autobús.

Llegó un día en el que ya no estabas en la parada.

Semanas corrieron una tras de otra y no te subiste ni una sola vez en aquel autobús. Ya meses han surcado el paso del tiempo y sigues sin haber estado esperando en la parada. Solo un día, entre la multitud, me pareció volver a ver tu pelo entre hombros y codos intentando bajar de aquel maldito autobús, pero no sé si eras tú o mis ganas de verte.

Supongo que aquí acaba todo. Te has perdido de nuevo por la ciudad. Solo espero que algún día, cuando el autobús pare en la siguiente parada a la mía, vuelvas a subirte, te sientes a mi lado y me digas que me has echado de menos.

Solo así las mañanas dejarán de ser otra estúpida mañana de autobús.