miércoles, 27 de junio de 2012

La crisis en viñetas.

Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Yo digo que depende de qué imagen y depende de qué palabras.

Hace algunos meses tuve la fortuna de conocer a un dibujante llamado Eneko de las Heras y asistir a una charla suya. Hasta aquel entonces, su trabajo era completamente desconocido para mí, desde entonces, soy fanático de sus obras de arte, porque no se les puede calificar con un nombre menor.

Su humor gráfico, cargado de rehivindicación política y social, hablan, gritan por sí solos. Cada uno de sus trazos equivale a mil palabras de muchos que intentan explicar los problemas del mundo mediante discursos politizados.

Así que sin más, siendo coherentes con esta idea de que una imagen vale má que mil palabras, os dejo una pequeña recopilación de sus viñetas que he realizado, en las que, yo creo, se describe perfectamente la crisis actual.

Disfrutadlas.
































Pensamientos de Sol y Luna.

Siempre que haya un sol y una luna mirándose con solemnidad y alternándose en el cuidado del cielo de mañana y de noche, habrá esperanza de un nuevo día.

Cuando ya no estén ahí, los buscaré abrazados en uno, colgando sobre tu pecho. Si los encuentro, aún no está todo perdido.

Si algún día ese abrazo de día y noche, reposante en tu piel, ya no está al alcance de mis sentidos, empezaré a pensar que ya no queda esperanza y, entonces y solo entonces, estará todo perdido.


lunes, 25 de junio de 2012

Ahora que no soy nadie.

Me he ido. Aún no estoy frío pero ya es un hecho que no volveré a disfrutar del placer de existir.

Vine al mundo entre mis lágrimas y me voy entre las vuestras. Un mar de condolencias y penas me rodea desde mi último suspiro.

Veo gente que hacía años que no se había molestado en llamarme llorando al lado de personas con las que nunca hubiera compartido un buen rato. Os veo a todos reunidos bajo una atmósfera de lástima y desconsuelo por cortesía.

Escucho solemnes palabras, halagos y piropos que muchos no fuistéis capaces de decir en vida y que ahora, sin embargo, emanan de vuestras cuerdas vocales sin tapujos ni obstáculos. Sin el menor resquicio de pudor me halagáis con el mismo tono que, siendo yo aún, me desprestigiábais a la menor ausencia de mi persona.

El mundo continúa y vosotros volveréis a vuestras casas a secaros las lágrimas de cocodrilo y a dormir tranquilos: habéis acallado a vuestras conciencias, furiosas por vuestros malos actos para conmigo, como el pecador católico acalla la suya confesando sus pecados y rezando por ellos. Por mi parte podéis ir en paz, ya que ahora no tengo voz ni forma de recalcaros la falsedad de vuestros actos.

Ya no soy más que un recuerdo que se desvanece, un tema de conversaciones nostálgicas y, quizás, alguna foto que pierde su color en el fondo de un cajón. Me pierdo sin la esperanza de ir a un mundo mejor, me apago sin más, pierdo mi forma hasta sumirme en la más profunda oscuridad. Me voy y me convierto gradualmente en parte de la más absoluta nada.


lunes, 18 de junio de 2012

No fue un día cualquiera.

Una de las grandes cuestiones que todos nos hemos planteado alguna vez es aquella de: "¿qué cambiaría si pudiera volver al pasado?". Muchos fantaseamos con retroceder en el tiempo, arreglar un error, aprovechar más un momento o actuar de manera distinta en una circunstancia concreta.

Yo sé, sobradamente, que si volviera al pasado habría una cosa que repetiría siempre. Una y otra vez. Y esa cosa es un día como hoy de otro tiempo pasado.

Volvería a aquella playa sin pensarmelo dos veces. Volvería a ponerme nervioso esperando su llegada. Volvería a hacerme el remolón para no irme y quedarnos a solas. Volvería a mirarla con ojos de deseo. La besaría de nuevo una y mil veces y me quedaría atrapado en un bucle del tiempo viendo aquel atardecer.

Nadie nos dijo que aquel atardecer iba a ser un antes y un después, pero de algún modo siempre supimos que estaba siendo especial.

Aquel día todo cambió, quizá no nos dimos cuenta de cuanto en aquel momento, pero todo se había puesto del revés. Y menos mal.

En todo este tiempo no he recordado aquella tarde-noche ni una sola vez sin una sonrisa. Y, sinceramente, no creo que lo haga nunca.

No soy un gran aficionado al arte, pero me encanta este cuadro...

viernes, 8 de junio de 2012

Tipología del aficionado musical

Os copio un artículo que leí hace tiempo en el blog de "El detonador" del Diario Público. Describe de forma general los tipos de oyentes de música. Como toda generalización tiene un margen de error, pero creo que es cuanto menos simpático el retrato que hace de la sociedad musical.


"Aficionados a la música, una tipología".

He mantenido este diálogo más de 50 y menos de 5.000 veces en mi vida.

El Detonador: ¿Escuchas música?
Otro: Sí, sí. A mí me gusta mucho la música.
E. D.: ¿Ah, sí? ¿Y qué tipo de música?
Otro: La verdad es que me gusta de todo. Yo oigo todo tipo de música.
E. D.: Sí, pero, no sé, ¿cuál es tu grupo favorito?
Otro: Buff… No sé, hay tantos… Eso sí, ninguno de los de OT. A mí la música comercial no me gusta. Ni Los 40.
E. D.: ¿Ah, no?
Otro: No, bueno, de lo que ponen en la radio Amaral sí que me gusta, me parece lo mejor. Y bueno, hay canciones horteras tipo Estopa o el Arrebato que para bailar no están mal.
E. D.: ¡Ah…! Vale. Sólo por curiosidad. ¿Cuántos cedés tienes en casa?
Otro: ¿Cedés? Si ya nadie compra cedés… No sé, tengo quince o veinte.

 Estamos ante lo que yo llamo un consumidor de música circunstancial. Su vida discurre, probablemente saludable y feliz, sin la necesidad urgente de escuchar música. Más que buscarla, la música se la encuentra: cuando sale a tomar una copa, en la radio del coche, en algún anuncio de la tele o al pasar por delante de una tienda fashion. De sus 20 cedés, la mitad son regalados y cinco o seis grabados. Si le preguntas si le gusta la música, responderá lo dicho: “Sí, sí. A mí me gusta mucho la música”. ¿Seguro? ¿Tanto, tanto?
El consumidor circunstancial es sólo una especie más, aunque muy extendida, de la gente que escucha música. Hay otras, como estas:

- El consumidor habitual: Sin llegar a estar en peligro de extinción, esta especie presenta pocos ejemplares en España. Se trata de aficionados que compran o se descargan discos de forma frecuente, van a varios conciertos al mes, no fallan en determinados festivales, compran revistas especializadas y poseen una digna colección de discos en casa. Pasan desapercibidos: hasta debajo del traje y la corbata de un abogado puede haber un tipo que flipa con Kraftwerk. Son capaces de enumerar la discografía de Dylan y hablar con propiedad de los primeros álbumes de Aphex Twin. Cosa seria.

- El ‘entendidillo’: podría considerarse una subespecie del consumidor habitual. Su peculiaridad es su tendencia a querer y deber conocerlo todo, aunque en no pocas ocasiones hable de oídas por algo que leyó en no sé qué blog. Cuando le mencionas un grupo, él siempre habrá escuchado otro mejor y normalmente más nuevo. Por supuesto, tú no conocerás ese grupo, porque todavía no ha llegado a las 450 visitas en Myspace. Un pedante de cuidado, sobre todo si le pillas con dos copas de más.

- El ‘moderno’: está a la última, pero sólo a la última. Es fan de Devendra Banhart pero tuerce el morro si le hablas de la Incredible String Band. Se pone al día leyendo en diagonal la Rockdelux y convive de forma ansiosa con sus lagunas musicales. Se acaba de comprar un plato para vinilos. Las ‘modernas’ tienen especial predilección por grupos nórdicos con músicos rubios/as, altos y guapos/as, “muy monos”.

- El adicto: a día de hoy, se compra más de cincuenta cedés al mes. No se descarga música de
Internet porque se oye mal. Tiene una vastísima colección de cedés que ocupan varias paredes de su casa. Es ordenado y meticuloso, como Jon Cusack en ‘Alta fidelidad’ pero sin tanto sentido del humor. Son como unos Gollum de los discos: afables y majetes hasta que les pides que te dejen uno, su tesoro…

- El ‘freak’: le gusta lo raro. Da igual que sea un arpista ciego de Nigeria que un minimalista alemán de mediados de siglo XX. Cuando das con un ‘freak’, la conversación es frustrante. A los diez minutos tus lagunas se han hecho oceános y te planteas buscar algún disco de “ese monje manco que toca la kora en las montañas de Mali”. Luego, cuando le mencionas que esa noche vas a un concierto de M. Ward y te responde “¿De quién?”, respiras un poco más tranquilo.

- El ‘pureta’: Esta especie de aficionado predomina en el campo de las músicas del mundo. Tiene aversión al inglés y a la guitarra eléctrica (salvo que la toque Caetano Veloso). Le interesa lo étnico, pero siempre que venga de África (o de más de 2.000 kilómetros de distancia). Sabe deletrear el nombre de Omar Faruk Tekbilek pero no ha escuchado nada de Eliseo Parra. También hay ‘puretas’ en el mundo del rock, para los que la historia de la música terminó en 1977.

- El ‘fan’: esta es una especie casi tan peligrosa como la del ‘entendidillo’ y, sin lugar a dudas, la que mayor asombro me causa. Lo más peculiar de esta raza de melómanos es que su comportamiento es muy similar sea cual sea el grupo que veneran. Son, probablemente, la única conexión real entre, por ejemplo, Alejandro Sanz y The Cure. Cada cual con sus particularidades, hay un fondo de vehemencia irracional que los hace a todos primos-hermanos (de sangre, claro). Su grupo es como su equipo: el mejor. No escuchan otra cosa. “¿Para qué, si es el mejor?” es una respuesta que he escuchado en más de una ocasión.

- El ‘adolescente’: el efecto de la música es tan potente sobre los palpitantes sentidos del adolescente que adormece su espíritu crítico. Por eso, hay chavales que conviven entre Extremoduro y La Oreja de Van Gogh sin perder la cordura. Quieren emoción, ya provenga esta de la voz de un tipo arrugado hablando de droga, de la empalagosa historia de un amor truncado por el estallido de un tren del 11-M o de proclamas anarquistas contra el orden establecido.

¿Te reconoces? ¿Eres miembro de alguna de estas especies?


Fuente: http://blogs.publico.es/eldetonador/101/aficionados-a-la-musica-una-tipologia

viernes, 1 de junio de 2012

Sueño de una noche de verano.

Empieza a ponerse el sol. El cielo se tiñe de rojizos colores mientras el calor que ha hecho acto de presencia durante toda la jornada parece retirarse poco a poco.

Las familias abandonan la arena de la playa, que poco a poco se va quedando vacía. Grupos de amigos jugando a las cartas, alguna pareja paseando al atardecer y algún niño que apura el último baño del día.

Las terrazas de los bares se visten de gala y empiezan a servir cervezas bien frescas, gazpacho, caracoles, pimientos fritos y un buen pescaíto.

Cae la noche, pero no de forma brusca como lo hace la noche de invierno. Lo hace suave, sin que te des cuenta de que está llegando.

Los jóvenes pasean por la calle con un helado y ropa fresca. Se amontonan en los jardínes, plazas y parques a conversar sin preocupación porque vaya a sonar el despertador.

En las casas y campos empiezan a encenderse las barbacoas y se escucha algún chapuzón nocturno regado con risas.

Noches de verano donde todo pasa y nada es malo. Mi cuerpo lo pide ya. Pide esa dósis de felicidad que solo el estío me puede dar.

Obligadme a que este verano, como ya hiciera otros, apague toda conciencia y preocupación y me entregue a disfrutar de lo que más me gusta en el mundo. Obligadme.



"Si todo el año fuese fiesta, divertirse sería más aburrido que trabajar". William Shakespeare.